| En 
                                      esta sección presentaremos 
                                      semblanzas de anarquistas 
                                      conocidos, reconocidos y desconocidos, desde 
                                      Lao-Tse y Zaratustra hasta Ivan Illich y 
                                      Noam Chomsky, por mencionar dos extremos 
                                      de un rango tan amplio, diverso y complejo 
                                      como la misma historia humana. Iniciamos 
                                      con dos breves notas biográficas 
                                      escritas por dos pensadores excepcionales: 
                                      Gabriel Zaid y Adolfo Castañón, 
                                      quienes recuerdan a nuestro maestro y amigo: 
                                      Ricardo Mestre Ventura.Sembrar y navegar parece que fueron dos 
                                      de las divisas que guiaron los pasos de 
                                      Ricardo Mestre. Navegar los mares tempestuosos 
                                      de la libertad; en medio de una guerra civil, 
                                      un campo de concentración y el exilio 
                                      que él transformó en fructífero 
                                      transplante. Sembrar infatigable la semilla 
                                      libertaria en el fértil espíritu 
                                      de los jóvenes de diversas generaciones. 
                                      Navegó hasta donde le fue posible, 
                                      dejando en su simiente una cálida 
                                      y fragante estela invisible.
 -"El pensamiento libertario es cual 
                                      candente lava, cercadlo de redes, tendedle 
                                      murallas, a ver quien lo apaga.- Me recitaba 
                                      Mestre, con la voz de trueno a que lo obligaba 
                                      su creciente sordera, mientras bajábamos 
                                      lentamente las escaleras del edificio de 
                                      Morelos 45, donde se ubica la Biblioteca 
                                      Social Reconstruir.
 Debido a esa pasión volcánica 
                                      que brotaba de sus profundos ojos azules 
                                      de niño asombrado, ojos urgidos de 
                                      compartir el asombro por el mundo luminoso 
                                      de acracia que él parecía 
                                      ver a la distancia; es que me volví 
                                      poco a poco su admirador y amigo. Con los 
                                      años, esa pasión que contagiaba 
                                      lecturas y orientaba esfuerzos, me transformó 
                                      en devoto adepto. Por su incansable ejemplo 
                                      de consistencia con los ideales anarquistas 
                                      y su persistente pacifismo a ultranza. Pero 
                                      sobre todo por su congruencia amplia entre 
                                      lo que se piensa, lo que se dice y lo que 
                                      se hace.
 Desde su pequeño escritorio al fondo 
                                      de la atiborrada biblioteca, cercado siempre 
                                      de pilas de libros, periódicos y 
                                      revistas para consulta o para intercambio 
                                      trás de sus enormes lentes que engrandecían 
                                      sus nobles aunque muy cansados ojos mientras 
                                      me escudriñaba como adivinando lo 
                                      que yo necesitaba leer; Mestre oía 
                                      y veía poco y mal, pero en cambio 
                                      brotaba tumultuoso el caudal de su charla 
                                      a borbotones, siempre actual, lúcida, 
                                      polémica e irreverente; también 
                                      a través de sus múltiples 
                                      aventuras editoriales, Ricardo charlaba 
                                      con los lectores (tuve el privilegio de 
                                      componer la tipografía de su edición 
                                      de Artistas y Rebeldes de Rocker y ayudarle 
                                      con algunas otras publicaciones, aprendiendo 
                                      y descubriendo con sus enseñanzas 
                                      el oficio y mi vocación editorial), 
                                      con la palabra impresa Ricardo empuñaba 
                                      con dignidad, pero con humor y sarcasmo 
                                      juvenil el bastón de mariscal de 
                                      hombres libres (su modesto bastón), 
                                      a la par que ironizaba con la cartera de 
                                      ministro de la paz, (una raída bolsa 
                                      de plástico del súper) entre 
                                      los hombres de buena y libertaria voluntad.
 Braulio Hornedo
 _________________________________________________________  Un muchacho catalán Gabriel Zaid
 
 No sabía quien era 
                                      aquel muchacho imperioso y confianzudo, 
                                      que había leído El progreso 
                                      improductivo y me elogiaba de tú 
                                      y me censuraba de tú. Tenía 
                                      razón: yo no sabía que las 
                                      máquinas de coser como una vía 
                                      para el desarrollo desde abajo ya habían 
                                      sido recomendadas por Kropotkin. Tenía 
                                      razón, yo veía los ideales 
                                      de autarquía y libertad como una 
                                      tradición campesina, sin referencia 
                                      al anarquismo, del cual tenía poca 
                                      información. Finalmente, me dijo:
 -Eres un anarquista sin saberlo.
 Colgó el teléfono, y me dejó 
                                      intrigado y halagado; como investido de 
                                      un aura radical, un parche de pirata y una 
                                      bomba debajo del brazo.
 Le hablé a José de la Colina, 
                                      que había salido en la conversación 
                                      como amigo común, y que alguna vez 
                                      me había dicho algo parecido, cuando 
                                      hablé del free-lancing como una forma 
                                      utópica de organizar la producción, 
                                      en la que nadie fuera jefe de nadie.
 No, Ricardo Mestre no era un muchacho catalán. 
                                      Nos llevaba veinte años, aunque tuviera 
                                      aquella voz animosa un tanto cruda. Vivió 
                                      la esperanza de reconstruir la sociedad 
                                      bajo principios autogestionarios en la república 
                                      española, y vivió la derrota 
                                      bajo la fuerza autoritaria de comunistas 
                                      y franquistas.
 Las conversaciones con Mestre continuaron 
                                      en su modestísima oficina de Morelos 
                                      45, despacho 206, donde había reunido 
                                      ( y sigue creciendo) la Biblioteca Social 
                                      Reconstruir, una especie de centro de información 
                                      libertaria, no sólo con los clásicos 
                                      del anarquismo, sino con un acervo impresionante 
                                      de publicaciones periódicas de anarquistas 
                                      españoles y mexicanos, del siglo 
                                      XX.
 Le hubiera gustado la dirección electrónica 
                                      que tiene desde hace poco: www.libertad.org.mx 
                                      y su correo electrónico: libertad@mail.internet.com.mx 
                                      y biblioteca@libertad.com.mx pero no tuvo 
                                      que esperar a la red para enlazarse con 
                                      media humanidad a través del teléfono 
                                      (52) 5512-0886, en las mañanas.
 Por supuesto que estaba contra las bombas, 
                                      de la guerrilla universitaria, y de todo 
                                      terrorismo, empezando por el estatal. No 
                                      se trataba de llegar al poder, sino a la 
                                      libertad. Le parecía esencial la 
                                      verdad: la autenticidad, la discusión, 
                                      la fraternidad. Le parecía esencial 
                                      la moral: la verdad viva, cooperante, libre. 
                                      Vivía la transparencia de las ideas 
                                      y de las posiciones como una transparencia 
                                      moral.
 Su fe en la discusión, los libros 
                                      y la prensa como vías libertarias 
                                      me impresionó, más aún 
                                      porque su escolaridad era mínima. 
                                      Me hacía ver la contraposición 
                                      entre dos instituciones afines y opuestas: 
                                      la lectura libre y la universidad. La escolaridad 
                                      está en la tradición del saber 
                                      jerárquico, vertical, transmitido 
                                      desde arriba, acreditado por una autoridad 
                                      que expide credenciales. La lectura libre 
                                      es una discusión entre iguales, que 
                                      se va extendiendo: un saber crítico, 
                                      horizontal, abierto y sin credenciales, 
                                      donde la única autoridad que importa 
                                      es la autoridad moral.
 Mestre se ponía al tú por 
                                      tú con quien fuera, anulando en ese 
                                      mismo acto el arriba y el abajo. No se dejaba 
                                      arredrar por la escolaridad, el renombre, 
                                      el poder o el dinero, pero tampoco despreciaba 
                                      o excluía a su interlocutor en ese 
                                      caso: lo trataba igual que a los muchachos 
                                      jóvenes que lo visitaban como a un 
                                      compañero. Tenía algo de socrático 
                                      (y hasta de mayéutico, como en su 
                                      primera llamada) en el ágora, el 
                                      café, las cartas a la redacción 
                                      de los periódicos, los artículos, 
                                      el teléfono.
 Cuando se pudo jubilar y dedicarse nada 
                                      más a eso estaba feliz "¡por 
                                      fin he vuelto a ser un anarquista de tiempo 
                                      completo!." Lo había sido siempre 
                                      a su manera por que en la esclavitud de 
                                      sostenerse con otras actividades había 
                                      sido soberanamente libre. Lo había 
                                      sido también en las ideas, por que 
                                      no aceptaba ortodoxias ni del anarquismo, 
                                      era un muchacho generoso discutidor y transparente, 
                                      un libertario sin credencial.
 _________________________________________________________  Cuadrivio 
                                      de Mestre Adolfo Castañón
 
 A Ricardo Mestre (Cataluña 1906-México 
                                      1997) lo conocí gracias a Héctor 
                                      Subirats y a José Luis Rivas quienes 
                                      colaboraban con él y con otros compañeros 
                                      (como A. Eyzaguirre y V. Molina) editando 
                                      una modesta revista de ambiciones provocadoras, 
                                      festivas y escépticas. Caos -así 
                                      se llamaba alcanzó varios números. 
                                      Siete, si no recuerde mal donde, además, 
                                      de los mencionados se publicaron entre 1974 
                                      y 1981 ensayos y textos de Max Stirner, 
                                      Cornelius Castoriadis, Georges Bataille, 
                                      E. M. Cioran, Fernando Savater, Tomás 
                                      Pollan, Agustín García Calvo, 
                                      H.L. Mencken, Claude Lefort, Pierre Clastres, 
                                      Luis Racionero, Jaime Moreno Villarreal, 
                                      Alfonso D'Aquino, Jan Kott, Manifiestos 
                                      Situacionistas y unos memorables Poemínimos 
                                      apócrifos de Efraín Huerta 
                                      cortesía del colectivo Caos, entre 
                                      otros materiales. En uno de los últimos 
                                      números estos buenos amigos hicieron 
                                      espacio para publicar algunas de las sátiras 
                                      que componen un libro precoz, (como todos 
                                      los míos), en parte inspirado en 
                                      el latino Juvenal y en parte alentado por 
                                      los bochornosos episodios circundantes en 
                                      México a principios de los años 
                                      ochenta.
 Ricardo Mestre Ventura tenía algo 
                                      de corpulento patriarca bíblico, 
                                      una voz estentórea y resonante como 
                                      de guerrero troyano y una mirada viva, benévola 
                                      y traviesa. Llevaba mucho tiempo en México, 
                                      desde los años cuarenta, adonde había 
                                      llegado al término de la Guerra Civil 
                                      Española que, para él, como 
                                      para otros tantos anarquistas, fue doblemente 
                                      arriesgada. En un despacho de la calle de 
                                      Morelos, situado cerca de Bucareli y del 
                                      Café La Habana, en pleno corazón 
                                      del antiguo México político 
                                      y periodista, animaba y orientaba un grupo 
                                      de estudios libertarios; el sitio daba servicio 
                                      de biblioteca, se consultaban revistas extranjeras 
                                      afines y era, por supuesto, un punto de 
                                      reunión obligado para ciertos heterodoxos.
 Aquel lugar honesto y luminoso poco tenía 
                                      que ver con las covachuelas tenebrosas que 
                                      mi imaginación aderezaba alrededor 
                                      de los conjurados Demonios de Dostoievsky, 
                                      del evasivo Silvestre Lanza o de las biografías 
                                      de los atormentados mexicanos Ricardo Flores 
                                      Magón y Librado Rivera. La bondad 
                                      incondicional de Ricardo Mestre, su bonhomía 
                                      de fondo campesino y mediterráneo, 
                                      su paternal modestia corrían el riesgo 
                                      de hacer olvidar el peso de su experiencia 
                                      vivida y leída. Desconfiaba de la 
                                      autoridad en primer lugar de la propia y 
                                      le gustaba jugar a las ideas respetando 
                                      las del adversario. Cuando la charla se 
                                      prolongaba, íbamos a comer al Mesón 
                                      del Cid, muy cerca de su oficina pues a 
                                      él le gustaba asistir al espectáculo 
                                      de mi paladar aventurero mientras recordaba 
                                      golosamente sus peripecias en la Revolución 
                                      de 1934 en Barcelona o despotricaba contra 
                                      los diversos y zurdos promotores de la violencia 
                                      armada como instrumento del cambio político.
 A Ricardo Mestre le debo además de 
                                      muchos buenos recuerdos, un cuadrivio de 
                                      cuatro lecciones: la primera es la lectura 
                                      del doctrinario libertario Rudolf Rocker 
                                      y de su imponente Nacionalismo y cultura, 
                                      libro de cabecera no confesado de más 
                                      de uno; la segunda: una convicción 
                                      clara que para mi representó un alivio 
                                      y un descubrimiento de que se puede (y acaso 
                                      se debe) hacer política fuera de 
                                      los partidos, una actitud paralela a la 
                                      idea esa es la tercera lección de 
                                      que la sociedad puede prescindir de la vigilancia 
                                      y control de los gobiernos, que las sociedades, 
                                      provistas de una cierta educación 
                                      son capaces merced a la organización 
                                      y al Apoyo Mutuo (cf. Kropotkin) de administrarse 
                                      a si mismas sin demasiados aspavientos (lo 
                                      que de hecho ocurre en no pocos lugares 
                                      donde las cosas funcionan). El corolario 
                                      de estas ideas (cuarta lección) es 
                                      la idea (poco romántica y atrevidamente 
                                      estóica y epicúrea) de que 
                                      la cultura ha de ser instrumento de la felicidad 
                                      y la alegría, un agente de la Gaya 
                                      Ciencia y no de un enigmático terror 
                                      supersticioso fundado en infundadas reverencias. 
                                      Esta crítica al terrorismo alfabético 
                                      (del que yo había sido víctima 
                                      y del que me sentía en aquellos años 
                                      de contracultura no equívoco agente) 
                                      le abría las puertas del buen humor 
                                      y de una crítica implacable contra 
                                      las diversas formas de estupidez que amenizan 
                                      nuestra vida social con el pretexto de beatificarla.
 Ricardo Mestre era catalán y había 
                                      en él un antiguo caudal pagano, ese 
                                      saludable desprendimiento, esa irradiación 
                                      de tolerancia y libertad que acompaña 
                                      como una sombra soberana a algunos hijos 
                                      industriosos del antiguo Mar Mediterráneo. 
                                      He encontrado en un escritor inglés, 
                                      Norman Lewis en su libro Voces del viejo 
                                      mar, unas frases que me recordaron no poco 
                                      a ese Mestre que tuvo algo que ver con la 
                                      organización de los pescadores en 
                                      aquellas épocas del breve verano 
                                      libertario: "En lo más profundo 
                                      de mi corazón dice uno de los personajes 
                                      de aquel pequeño pueblo de pescadores 
                                      en Cataluña apoyo la noble filosofía 
                                      del anarquismo. Permítame que le 
                                      explique en que consiste el anarquismo. 
                                      Nosotros los anarquistas nos oponemos a 
                                      la intervención del Estado. Podemos 
                                      cuidar de nosotros mismos, construir nuestras 
                                      casas, hacer nuestras carreteras, enseñar 
                                      a nuestros hijos todo lo que necesitan, 
                                      saber. ¿Para qué necesitamos 
                                      al Estado" (Lewis, Op. cit. p. 95). 
                                      Mestre, desde luego, estaba consciente de 
                                      la necesidad de reformar nuestras sociedades 
                                      pero también estaba consciente de 
                                      la necesidad de reformar el entendimiento 
                                      que tenemos de su historia política 
                                      y cultural. Aunque era muy inquieto, no 
                                      compartía la idea de practicar esa 
                                      reforma por la vía armada ni mediante 
                                      los llamados a la toma violenta del poder. 
                                      ¿De qué servía tomar 
                                      el poder si lo más importante y valioso 
                                      de la creatividad humana sucedía 
                                      en sus márgenes? Las tesis de Rudolf 
                                      Rocker expresadas en Nacionalismo y cultura 
                                      (por cierto una obra memorable pero ya fechada 
                                      y que sería imperioso actualizar) 
                                      eran bastante explícitas a ese respecto: 
                                      el Estado aparece ahí antes como 
                                      una máquina de expropiación 
                                      cultural que como un instrumento de creación 
                                      como una máquina de captura para 
                                      acudir a la jerga acuñada por Deleuze/Guattari. 
                                      Otra lección crítica de Rocker 
                                      concernía al nacionalismo. ¿Podía 
                                      hablarse seriamente de una cultura nacional 
                                      sin incurrir en grotescos pregones racistas 
                                      ni ensalzar a esas corporaciones de copistas 
                                      agazapados en las instituciones?
 La postura crítica de Ricardo Mestre 
                                      ante los movimientos políticos organizados 
                                      por la violencia, su inagotable curiosidad 
                                      intelectual y su aptitud para irse dejando 
                                      leer cada día por la historia escrita 
                                      en los periódicos hacían de 
                                      él una figura popular entre los jóvenes 
                                      heterodoxos (intelectuales o no). A diferencia 
                                      de otros emigrados españoles en México 
                                      a quienes la derrota de la República 
                                      parecía haber dejado en la boca agrios 
                                      resabios, Mestre desprendía una facundia 
                                      y jovialidad excepcionales (no es que no 
                                      conociera algunos problemas, pero tenía 
                                      el poder de los fuertes y, por ejemplo, 
                                      no le gustaba dar demasiada importancia 
                                      a su paso por el campo de concentración 
                                      de Argelés). La derrota, parecía 
                                      decir, fue de los ejércitos; la lucha 
                                      por las ideas sigue y seguirá. A 
                                      sus ojos uno de los signos de la amistad 
                                      era la eficacia: le encantaba conseguirte 
                                      un libro que no hubieses encontrado, un 
                                      dato de difícil acceso y nada agradecía 
                                      tanto como una ayuda discreta y oportuna, 
                                      por ejemplo el préstamo de la Historia 
                                      del socialismo de Jean Juarès. La 
                                      idea de la acracia, del impulso libertario 
                                      entendido como un proceso progresivo de 
                                      emancipación de la autoridad instituida 
                                      no dejaba y no deja de parecerme una pendiente 
                                      saludable en un universo como el nuestro 
                                      (hispánico, hispanoamericano y mexicano) 
                                      en que la bendición de la autoridad 
                                      central (antes Papal) parece ir y va muchas 
                                      veces antes que el bienestar y la salud 
                                      de los bendecidos. Tanto más saludable 
                                      cuanto que esa dependencia de los funcionarios 
                                      (públicos y privados) de toda índole 
                                      lleva a la circunstancia ubicua de que todo 
                                      parece haber sido inventado menos para la 
                                      comodidad o beneficio de los usuarios que 
                                      para el bienestar y tranquilidad de los 
                                      administradores. Ricardo Mestre supo infundir 
                                      en muchos de sus jóvenes y no tan 
                                      jóvenes amigos, por ejemplo Enrique 
                                      Krauze o Alan Derbez, la idea de que la 
                                      Reforma del Estado pasa por una Reforma 
                                      Radical del Entendimiento que de Él 
                                      tenemos: que no debemos esperar tanto de 
                                      las máquinas burocráticas 
                                      ni menos vivir en las ascuas permanentes 
                                      de una crítica resentida a las academias 
                                      e instituciones y que acaso sea mejor aproximarnos 
                                      al futuro simple y sencillamente, siendo 
                                      prácticos, ejerciendo esa forma de 
                                      misericordia encubierta en el antiguo sentido 
                                      común. Por alguna de esas razones, 
                                      ante Ricardo Mestre uno se sentía 
                                      invariablemente más viejo que él, 
                                      como ha recordado oportunamente Gabriel 
                                      Zaid. Saludable desde joven, contaba que 
                                      durante la Guerra Civil cambiaba a los milicianos 
                                      los cigarrillos y el alcohol de la ración 
                                      cotidiana por embutidos y conejos. A diferencia 
                                      de muchos de sus espectrales partisanos, 
                                      terminó la guerra con la risueña 
                                      corpulencia que ya para siempre fue suya.
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